Por qué olemos lo que olemos.

De acuerdo a la experiencia, a lo que vivimos, vamos a encontrar más aromas.


Cuando llega alguien y nos da una cata, puede que no coincidamos. “A mi me huele a sandia”. Y si la persona que da la cata nunca la ha olido, es muy complicado que esa persona pueda conocer esos aromas.

Es entonces cuando entiendes: el olfato no sólo es generacional, también es de ubicación.

¿A qué nos referimos con que es de ubicación? A que de acuerdo a la zona nos vamos a ir experimentando diferentes sabores. Si has viajado a otros lados del mundo, tus aromas van a ser diferentes, más variados. Vas a tener conocimiento de qué es una compota o como huelen frutos que no son comunes en tu país.

¿A qué nos referimos con generacional?

A que va variando de acuerdo a la edad que tengamos y los productos que vayamos disfrutando. Si en tu infancia tuviste ciertos dulces, puede que más grande relaciones los aromas a ese dulce. Lo mismo si has viajado. Por ejemplo, si comías pirulí o algodón de dulce pero tus hijos no los han probado, esos aromas no los van a percibir, como puede que tú si lo hagas.

Es por eso que el aroma también se vuelve un recuerdo: la sopa que la abuela hacía cuando éramos niños, los dulces que compartíamos, la tierra donde jugamos. Se va haciendo parte de la memoria.

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