Qué sientes cuando tomas vino.

Abrir la botella y luego…


Ese día estaba muy cansado; había decidido tomar una copa y servirme algo. Como sólo tenía vino blanco, lo metí al congelador y me di una ducha. Algo fresco, algo que valiera la pena.

Me senté en el sofá y me puse a ver una película; agarré la botella y me serví. Ese primer trago me supo seco; incluso amargo. Mi boca no estaba listo para el vino. El segundo trago se resbaló y la copa se vació. Si, ya sabia delicioso. Mis papilas gustativas estaban listas y cómodas.

Entonces disfruté la noche. Agarré unos quesos, los corté y me sentí tan relajado que dormité un rato. Disfruté como pasaba esa película, sentí los aromas, pensaba en ellos. Me acordaba de buenos momentos.

Estaba pendiente de cada sensación que iba sintiendo: el cosquilleo en la oca, la marcada acidez que hacía salivar.

Los aromas que me llevaban a lugares, a sentir cada una de las cosas que quería hacer y sentir: Eso es lo que vale la pena al tomar un vino. Esos recuerdos que despiertan en forma de aromas.

Y casualmente, al final de la película, al final de la botella sentí todo relajado. No, no estaba borracho y tampoco era el fin al tomar ese vino. Era eso: sentir mi momento, sentirme a mi.

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