Rosado y su fruta.

Catemos sin estigma.


Voy a abrir una botella de vino y la preparo: como no tengo como enfriar agarro y la meto al refrigerador.

Voy pacientemente y preparo una botana; con eso de que no hay prisas, meto unas tortillas al horno; al menos así me hace burla mi novia, pues es pan pita.

Tomo cebollín, los tallos, unas alcaparras y lo picamos finamente (la cebolla solo un poco, más que nada los tallos), y lo mezclo con un queso crema, gotas de limón y sal.

Saco el vino, lo abro, disfruto de sacar el corcho: lo huelo. Sus frutas se expanden por todo el cuarto. Llega ella y me quita la copa: me dice que desde la entrada estaba oliendo la Sandía, el melón, el melocotón, casi algo de mermeladas.

A ella no le gustan rosados, a veces pensaba que son el sobrante del vino ¿Es en serio? Me ofendo y tomo mi copa. Agarras tu dip y te vas a la sala. Pruebas el rosé, tiene una mayor acidez, lo degustas de nuevo, el alcohol casi no se siente. Es el frío exacto. Cuando te das cuenta tu novia agarró su copa, se sentó a un lado y roba de tu vino. Que siempre no, que este rosado de cabernet sauvignon no sabe mal, que incluso le gustó. Casi siente que muerde la fruta.

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