Un poco de pasado y de historia para entender como una de las más grandes regiones vinícolas del Nuevo mundo llegó a ser tan bueno y expresivo con su calidad de vinos.
Argentina, como muchos países de Latinoamérica, se remota a España: las primeras viñas las trajeron de Santiago del Estero, traídas de México por misioneros cristianos que se extendieron sobre Mendoza y San Juan.
El cultivo que en esta zona se realizó fue bueno y permitió su expansión. La prohibición española de plantación de vino en el llamado “Nuevo Mundo” no aplicó en Argentina (Como en Chile y otras partes donde se convirtió en parte de su consumo habitual).
Durante esta expansión, se creó la “Quinta Normal de Agricultura”, la primera en Argentina; se inauguró el tren de Mendoza a Buenos Aires en 1885 y una llegada masiva de inmigrantes de España e Italia al país.
Aunque en ese momento el vino que se producía era de poca calidad y se vendía sobre todo a granel, poco a poco fueron ganando calidad.
En esa nueva llegada de Europeos (donde también había alemanes y franceses), se plantaron variedades como el cabernet sauvignon, barbera, sangiovese en caso de tintos y chenin blanc, riesling y torrontés en blancos.
Fue en la década de 1970 que se aumentó el consumo de vino: alcanzó un máximo de 90 litros per cápita anuales; empezó en 1980 una revolución vinícola (hacer vinos de calidad, marcar un paso a nivel internacional que al momento se han estado haciendo).
Los viñedos se encuentran en la zona de los Andes, a sus pies con un clima continental muy seco y muy caluroso que tiende a la aridez; los riegos se suelen hacer con agua pura de los arroyos de la montaña.