Tomando vino con papá.

Es de esos días donde el calor acecha y el bochorno de una lluvia está presente.

Andas viendo televisión, alguna serie o película; tal vez oír música. Se esas veces que no queda de otra que estar con tu viejo disfrutando el sillón y la comodidad de no hacer nada. Es más, pidieron pizza ante la flojera de que se preparara comida o incluso de pararse más allá de la puerta.

Y en un momento voltean a verse, medio comiendo, saben sin decir más que tienes que ir por las copas y ese vino que se quedó a medias en la cena de la noche anterior.

Y así es como nace una tradición. Los días que puedan, van a disfrutar de una copa y de silencio. Silencio de coches, de gritos, de voces. Silencio de limpiar, de perros, del exterior.

Cada que vas de visita a casa de tus padres y está él, tomarán una copa. Te dirá sus vinos favoritos, te contará esas anécdotas. No importa que hay afuera. Papá para siempre, para una copa, para recordar los logros, para aliviar los problemas.

Esa copa es un recuerdo de que pase lo que pase siempre estará, que será un hombro para recargar.

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5 razones para tomar vino mexicano.

1. Somos mexicanos.
Siempre es bueno preferir lo que nuestro campo nos da.

2. Marida mejor.
Es algo extraño, tal vez sólo es la idea que tenemos, pero el vino mexicano marida mejor con la comida de la zona. En todo el mundo pasa eso y es una manera de hacer maridajes… ¿por qué nosotros no lo intentamos más?

3. Economía.
Ni es tan caro como creemos y estamos ayudando a un sector económico de la zona.

4. Incluye enoturismo.
Imagina que esa copa de vino la compraste en el viñedo y te diste un muy buen recorrido. ¡Inténtalo!

5. No es malo.
Pese a la mala fama que se ha ido quitando en los últimos 10 años, el vino mexicano es bueno, sólo es necesario encontrar el que más nos guste.

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La sangría de arcoíris.

Diario nos encontramos con maneras de disfrutar la vida: una buena bebida, tal vez un libro, una película, amigos o una plática. Depende del antojo del momento que queramos.

Para esos momentos donde queremos algo que nos consienta, encontramos este video para hacer una sangría en forma de arcoíris, para esos calorcitos que se vienen.

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Festejo de cumpleaños.

Para la fiesta necesitamos…

Ese día el cumpleaños de mi mejor amigo merecía algo bueno. Él llegaba a los 30 años y merecíamos tener una fiestota. Algo grande, muy grande. Pocos llegan a esa edad tan queridos, tan amados, tan estudiados y trabajados. Por problema inició su trabajo a los 15 años; siguió estudiando, llevando a cabo logros. Sirvió como ejemplo para su familia, sus hermanos, su mamá, su papá siempre notaron el apoyo, el amor.

Viajó, salía seguido y se mantuvo estudiado. Era un ejemplo a seguir para muchos de nosotros.

Cada evento que teníamos nos llevaba una botella de vino. Siempre.

En uno de sus viajes a España le enseñaron a tomar vino. En uno de sus viajes a Argentina entendió como tomarlo. En una salida en los valles de México comprendió porque tomarlo.

Desde ese día nos regalaba una botella en cada ocasión: una graduación, un cumpleaños, un aniversario, una ruptura. Ahí estaban, las botellas de vino. La mayoría se las tomaban. El punto era festejar y cumplían su cometido.

Un día, en la ocurrencia le preguntamos la razón de darnos vino, sabiendo que a la mayoría no nos gustaba y dijo que no podía explicarlo con palabras pero si con hechos. Hicimos planes, agarramos las maletas y un mes después nos fuimos enmochilados a Ensenada, a los Cabos, a recorrer los viñedos de Zacatecas, de Chihuahua, de todo el norte.

En ese viaje entendimos lo que llegó a significar para él tomar vino. Es sentir el amanecer en una copa de vino, poder probar la brisa de mar en un suspiro, recordar los colores del atardecer, tener el mar en la boca, poder aprender de tu tierra, un punto de inspiración. Ver que pese a todo, en contra del mismo destino, en contra de ti, existe eso: lo que quieres, lo que necesitas y muchas veces lo encuentras en una botella, con un corcho, en una copa, con amigos. Y ese fue realmente su festejo de 30 años.

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Como beber con alma.

Momentos de reflexión.

Es normal que te sientas solo, que te sientas acompañado. El punto en este caso es que sientas: algo. Frío, calor, soledad, amor, dolor. Lo que quieras. Este vino, esta copa no es para tapar eso: no es para exaltar el amor, ni va a tapar la frustración. Sentir, sólo eso. Sé consiente, define lo que tienes; a esta altura de la vida, muchos dirán, saben lo que son. Mentira. Conozco a muchas personas, a varias de distintas edades que no saben sentir, no saben que sienten e incluso no quieren sentir.

Es verdad, tener un corazón pesa mucho, dijo Howl, el mago del Increíble Castillo Vagabundo (Hayao Miyazaki). Pesa y duele. Por eso esta copa de vino.

Primero nos vamos a meter en silencio. No importa si es la fiesta más escandalosa, si es un concierto increíble, si estas solo, si tienes música, los audífonos o el perro ladra. Siente el silencio que tu cuerpo te proporciona.

Siente tus manos, tus oídos, tu piel, tus labios, dientes. Siente.

Y agarra la botella: vino blanco más frio (y tocas la botella, como sientes las manos transmitir al cerebro ese contacto), si es rosado, si es espumoso, un tinto. Y abre la botella.

Escucha ese “¡Plop!” tan quejado de algunos sommeliers. Escucha como las gotas caen a la copa; disfruta los aromas que desprende, el color que en él hay. Escucha lo que quieres. Sentir. Vivir el vino en su máxima expresión.

Y entonces si, degusta. Un trago a limpiar el paladar. Segundo trago; espera, disfruta y transforma. Es esa alegría al pasar el vino, el cariño puedes guardar, la esperanza de que todo esté bien, el amor propio, el que te dan, el que ofreces, el que rechazas. Alégrate. Sonríe, pero a ti, sólo para ti. Un tercer trago de vino. Vive y convive. Bien dicen que no existen los problemas: si no tiene respuesta, si no tiene manera de resolverse, para qué pensarlo tanto.

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