Un vino se expresa desde el momento en que lo olemos.
Cuando escuchamos que un vino tiene un aroma específico, nos referimos a que la uva tiene aromas inherentes a ella; estos aromas siempre los tendrá. Son parte de la identidad que siempre tendrán la uva.
Estos son los aromas primarios; en ellos encontramos notas florales, herbáceos e incluso algunos toques de acuerdo a la zona donde se produce. En caso de los vinos blancos, podemos encontrar aromas de flores blancas; en los vinos tintos podemos apreciar aromas de flores azules.
Aquí también encontramos técnicas de elaboración sobre las maceraciones: si tiene una maceración carbónica que tiene un carácter afrutado y floral.
Los aromas secundarios provienen y dependen de la elaboración que tiene el vino: Dan consistencia y profundidad a los aromas que podemos ver en el vino. Los aromas que normalmente encontramos en este punto son las levaduras, aromas a pan y productos lácteos.
Los vinos alcanzan su máxima expresión aromática gracias a su paso por barrica; cuando están en contacto con ella, obtienen otros aromas que ayudan a un mejor desarrollo del vino, que es conocido como bouquet.
Estos aromas suelen ser aromas de especias, animales (como lo es el cuero), el tabaco, café y cacao.
Los vinos que son del viejo mundo tendrá aromas más a trufa, fruta mojada y hongos; los vinos del nuevo mundo tendrán notas que nos recuerden más a las frutas.