Los recuerdos que creamos con vino.

Esas nostalgias.


La vez que me propuse, que le pedí la mano compré una botella de vino, hice la cena y esperé al sí que felizmente me dijo. Estábamos tan emocionados que olvidamos la cena y la botella; sin embargo el restaurante la guardó y nos la dio, como regalo de compromiso.

Cuando nació mi primer hijo decidí comprar una botella de vino. Sabía que no era un buen momento para tomarla y la guardamos. Honestamente lo olvidamos, no recordábamos que ahí la teníamos.

Al nacer nuestro segundo hijo, hice lo mismo, compré una botella que guardamos. En ese momento me acordé de la primera y la nostalgia no me permitió ir por ella; así que guardamos las dos.

Mi primer hijo salió de la primaria y compramos otro vino que se unió con los dos anteriores. Y así fuimos juntando cada uno de sus pasos.

Cada logro, cada sorpresa agregábamos una botella a la colección. Con el tiempo las veía. Eran una especie de trofeos: los recuerdos literal, eran vinos.

Había fotografías, cartas, las invitaciones que de la graduación o de la boda tenemos; pero las botellas… Las botellas se quedaron para siempre. Mis hijos al irse, sacaron una foto de ellas y las tienen montadas en una pared. Ahora esa tradición también la tienen ellos.

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