La realidad es que la mayoría de los vinos que tenemos en casa son dulces; sin embargo sentimos una sensación de dulzor al tomarlos: se da más en el caso de los vinos jóvenes que los que tienen barrica, a los cuales muchas personas les dicen “amargos”.
Es que estamos percibiendo los aromas. Lo que sentimos como dulce es el aroma que nos recuerdo a comida con mayor azúcar: manzana, tejocote, Sandía, guayaba, flores y más nos recuerdan el sabor dulce. El olfato y el gusto son dos sentidos que se encuentran muy armonizados.
También depende de la acidez del vino, el contenido de taninos, que tan alcohólico es el vino y si es un vino espumante o tranquilo.
Mientras más sea tánico un vino, será más potente. Esa potencia es la que muchos definen como “amargo”; si realmente fuera un vino amargo, sería un vino que ya pasó su época, no es bebible.
Puede ser fuerte, rugoso, ácido, mineral. Pero amargo es sinónimo de defecto.
¿Cómo sé si mi vino es amargo?
Para darte un ejemplo, el chocolate que diga “amargo”. O probar el Bitter (amargo de angostura, se usa para coctelería). Esos son productos que te darán idea de que es el amargo y poder diferenciar un vino amargo de la sensación de sequedad que pueden dar los taninos.