Tenemos una gastronomía intensa: cada estado y cada pueblo se muestran en su gastronomía.
Entre mexicanos, podríamos hablar de la comida de cada uno de los estados de la República Mexicana: Guadalajara y viene a la mente las tortas ahogadas, de Oaxaca su mezcal y tlayudas –y más, pero dejemos así-, mole poblano, arroz a la veracruzana, las corundas de Michoacán, los tlacoyos del Estado de México; gringas, alambres, atole, champurrado, tamales, chiles en nogada, esquites, tortillas azules, empanadas de camarón, pescado rebosado y más.
Tenemos una gran cantidad de cultura culinaria: así es, una cultura de comida, de hambre, de alimentos; tiene que ver con nuestro presente, con el pasado: cada parte de la comida mexicana tiene un pasado, una historia.
No sólo al estilo “Como agua para chocolate”, sino de las raíces de cada uno se encuentra un platillo, un recuerdo, un sabor. Y como mexicanos la mayoría tiene que ver con chile o limón.
En verdad, no hay plato mexicano que no tiene relación de uno o de ambos.
Al hablar de la verdadera gastronomía mexicana romperemos el paradigma de que México son chimichangas y tacos de tortilla dorada –que es la versión gringa de lo que nosotros comemos-; hacer a un lado los prejuicios.
Seamos honestos ¿No sabemos lo suficiente de comida italiana, de comida francesa, incluso de Japón o China?
¿Dónde queda nuestra extensa gastronomía? Podemos hacer un similar: la francesa y la mexicana son las únicas protegidas por la UNESCO: es irrompible, es irremplazable. ¿Cómo no estamos compartiendo por todos lados el poder de nuestra comida?
¿En verdad somos nachos y chile con carne?
-Bueno, sí, tenemos platillos de chile con carne, pero no esa versión de picadillo que es realmente ajena a nuestra cultura-.
Incluso los burritos, como realmente se hacen en el norte del País: los verdaderos burritos mexicanos.
Hablemos de comida mexicana al extranjero. Y ¿porqué no? Al mexicano también.
Y de paso algo de vino mexicano.