Hacer vino es un poquito más complicado de lo que pensamos; es un proceso cuidado y lleno de técnicas de las cuales depende el tipo de vino que obtendremos.
A diferencia de otras frutas, como el jitomate (yep, el jitomate es una fruta), los plátanos o las manzanas, las uvas que vamos a consumir se deben vendimiar o recoger al momento que se van a usar.
Depende del enólogo y (o) el agrónomo la decisión si las uvas ya se encuentran en su punto para la recolección. Aquí se busca que se encuentren en el mejor punto para poder hacer el paso 2.
Paso 2: Una vez que se han recolectado las uvas, se deben seleccionar. Cada bodega cuenta con un proceso diferente para hacer una selección y así poder conseguir el vino necesario, de acuerdo a las necesidades: si queremos un vino más dulce, si queremos mayor acidez, más color. Todo se sigue decidiendo en este momento.
Después de hace el prensado de las uvas. En algunos casos, se retiran las pieles, en otros más se queda durante un buen tiempo (seguimos en la parte del proceso), si quieres vinos con más color, más tiempo los hollejos -la piel de las uvas- permanecerán con el jugo -mosto- de la uva.
Tras esto, se realiza el proceso de fermentación: las levaduras silvestres, presentes en la uva, se comerán los azúcares que de manera natural están en la uva y se convertirán en alcohol. Este es el proceso donde el jugo de la uva se convierte en vino.
Aunque depende el tipo de vino que queramos hacer, como blanco, rosado, tinto seco o dulce, hasta aquí, todos pasan por el mismo método.
Pasando este punto, donde el vino ya tiene una forma y consistencia, una cantidad de azúcar, de acidez, de alcohol, se toma la decisión sobre el tipo de vino que va a ser.
Un ejemplo de fermentación por maceración carbónica.
Si va a barrica, si se embotella al momento, si se agregarán azúcares y se hará una segunda fermentación, aquí se tiene que hacer ese proceso.