Para la fiesta necesitamos…
Ese día el cumpleaños de mi mejor amigo merecía algo bueno. Él llegaba a los 30 años y merecíamos tener una fiestota. Algo grande, muy grande. Pocos llegan a esa edad tan queridos, tan amados, tan estudiados y trabajados. Por problema inició su trabajo a los 15 años; siguió estudiando, llevando a cabo logros. Sirvió como ejemplo para su familia, sus hermanos, su mamá, su papá siempre notaron el apoyo, el amor.
Viajó, salía seguido y se mantuvo estudiado. Era un ejemplo a seguir para muchos de nosotros.
Cada evento que teníamos nos llevaba una botella de vino. Siempre.
En uno de sus viajes a España le enseñaron a tomar vino. En uno de sus viajes a Argentina entendió como tomarlo. En una salida en los valles de México comprendió porque tomarlo.
Desde ese día nos regalaba una botella en cada ocasión: una graduación, un cumpleaños, un aniversario, una ruptura. Ahí estaban, las botellas de vino. La mayoría se las tomaban. El punto era festejar y cumplían su cometido.
Un día, en la ocurrencia le preguntamos la razón de darnos vino, sabiendo que a la mayoría no nos gustaba y dijo que no podía explicarlo con palabras pero si con hechos. Hicimos planes, agarramos las maletas y un mes después nos fuimos enmochilados a Ensenada, a los Cabos, a recorrer los viñedos de Zacatecas, de Chihuahua, de todo el norte.
En ese viaje entendimos lo que llegó a significar para él tomar vino. Es sentir el amanecer en una copa de vino, poder probar la brisa de mar en un suspiro, recordar los colores del atardecer, tener el mar en la boca, poder aprender de tu tierra, un punto de inspiración. Ver que pese a todo, en contra del mismo destino, en contra de ti, existe eso: lo que quieres, lo que necesitas y muchas veces lo encuentras en una botella, con un corcho, en una copa, con amigos. Y ese fue realmente su festejo de 30 años.