La copa diaria.

Hace poco leí que todos los vinos deben ser bebidos. Entendí que es verdad, que poco a poco y mientras más nos acercamos a él, podemos ver trasfondos y razones.

Algunos vinos deberían ser bebidos hasta el fondo y compartidos en cada uno de los sentidos: las pláticas, los comentarios, los momentos y las experiencias que en ellos van pegados.

Cada una de las botellas de estos vinos deben ser consumidas –obviamente y está de más aclarar, pero lo decimos, no por la misma persona en el mismo espacio de tiempo, terminar los anaqueles que implican el trabajo, la cosecha, el poder de la naturaleza embotellado en manos de artesanos que logran esos vinos.

Merecen el tiempo, la botella, el enfriarse, el comprar algo especial para ellos. Compartir las historias que serán vertidas en cada gota.
La paciencia de las pláticas.
El cariño vertido al regalo.
El amor de la comida, de la bebida, del espacio.
El no excedernos, porque no queremos un accidente cuando por vacío puede ser el vómito y por marcado el olvido de esa copa de vino.

O el simplemente la copa diaria, que siempre completa, convive, crea.

Sin protocolo, sin excesos, sin copas especiales, ni temperaturas cuidadas.

Otros vinos, no. Sólo deben ser probados, conocidos, acercados y de ahí, olvidados de cómo no debemos tomar vino, como las personas que conoces que te enseñan a no ser como ellas.
Esos vinos que compras ante la duda, que pides ante el exceso, que te regalan ante el desconocimiento.

Así, el vino día a día debe ser más un momento que un sorbo, más una convivencia que una copa.

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