Vamos a un restaurante, nos sirven un vino y “lo catamos”. Algunos, incluso toman la botella para medir la temperatura y otros más revisan el corcho. ¿Es en verdad necesario eso? La realidad es que no.
Cuando vayamos por un vino, estaremos consientes de que al tocar la botella, puede que esté a cierta temperatura que el vino no tendrá: si lleva poco tiempo la botella en hielo, lo más seguro es que no tenga por dentro la temperatura que aparenta fuera.
También oler el corcho es una práctica que no entendemos. Sí, podremos prever un posible defecto (si huele mucho a moho, por así decirlo), pero éste tendrá el aroma del vino y del corcho. Ese aroma que no queremos en el vino, lo más seguro es que lo descubramos en el corcho… ¡Por ser corcho!
La verdadera cata es al servicio. Primero vamos a ver sus colores: que tan brillante y limpio es el vino. Las piernas o lágrimas son para ver la cantidad de glicerol que tiene. ¿Realmente creen que vemos el alcohol? Es la cantidad aparente, pero no sabremos si es mucho o poco sino viendo la etiqueta o probando el vino.
Oleremos la copa como segunda parte, donde podremos encontrar los aromas que tiene.
En copa veremos los sabores: son 4 (algunos dicen que 5 con umami) salado, dulce, ácido y amargo.También veremos la intensidad del vino (cuánto dura la sensación en boca) y si es un vino equilibrado.