No hay cata donde no nos digan “tiene aromas a –anexe la fruta, verdura, animal, cosa, lugar, persona, momento, comida que guste-“. Y alguien se queda pegado a su copa.
Otro más agregará que encuentra los aromas a –anexe lo mismo de arriba, pero diferente-, y el sommelier en turno dirá que sí o qué no; en algunos casos más honestos dirá que él no percibe esos aromas o que no sabe como son.
Sobre todo en aromas más especializados: chiles, experiencias, lugares, flores.
¿Alguna vez han caminado en los pasillos del mercado de Jamaica? Cada uno huele a flores, pero siempre serán diferentes.
Entonces imaginen: todos los posibles aromas que podemos tener. Desde la flor recién cortada hasta plantada; de joven a seca, de verano a invierno. Y aplica así para todos.
Ese día, en esa cata iba con una amiga que siempre hace caras cuando le dicen que los aromas son de “avellanas con zarzamora y se siente la vainilla con un toque de romero y algo de cuero con flores secas y moras negras”.
No pude evitar preguntarle por qué hacía esas caras.
No encuentro las moras negras; nunca encuentro la zarza y peor las avellanas; sé a qué huele el cuero pero realmente me lo imagino más de lo que lo huelo. ¿el romero? Cocino con él y no lo siento en esta copa.
Me dio mucha risa, no pude evitar reírme ante su interrogante… ¿de dónde salen todos esos aromas?
Le pregunté si aún con eso le gustaba el vino, me dijo que sí, pero no podía encontrar los aromas que le decían de la cata.
-¿Te preocupa?
-Realmente no sé si debería preocuparme, a veces siento que incluso lo disfruto más sin encontrar ese aroma a rosas, pues solamente lo tomo.
Entonces ¿Cuál era el problema? La vid es la única fruta de la cual se desprenden más aromas que el de la fruta.
Pero realmente, ¿cómo sabemos a qué huele un vino? Es más la experiencia personal lo que nos dice sobre él.