Si eres conocedor de vino puede que esto te suceda: inicia una charla y quieres que la gente hable de vino o de que no toma vino o algo relacionado al vino.
Y en caso de no lograrlo, haces que la plática vaya encaminada a eso: el punto es hablar del vino.
Después, notas los ojos ajenos dar vueltas y el silencio incómodo a tu alrededor: no te importa y aún sabiendo la razón prefieres seguir comentando lo que piensas y como un Super Toscano debería ser una DOC y no una IGT, a sabiendas que eres el único que entiende esas sílabas y el peso de cada una de ellas.
Parece que tu letanía es eterna pero no quieres cambiarla ante tu necedad de que todos deben saber y conocer de vino y para eso llegaste a ser el alma de la fiesta: a convencerlos del impresionante mundo del vino y que no sólo tomen cerveza; es más, a tu criterio, lo único que deben tomar es vino y agua y serán sanos.
Que ya no fumen porque así encontrarán mejor los aromas del vino.
Y todas las recomendaciones que puedas dar sin excepción para que entiendan que el vino no es difícil y que en cualquier lugar y situación lo pueden beber como tú ahora.
Pues bien, puede que en lugar de acercar a las personas, las alejes.
La recomendación para hablar de vino es que si ves los ojos volteando, las muecas en cara o la aburrición en los ojos, regreses al tema anterior: nadie quiere saber de maridajes, nadie quiere conocer de temperaturas de servicio a menos que ya les guste.
Y para hacer que les guste, es acercarse a los gustos, no a pláticas eternas de la conveniencia del vino.
Prueba y cuéntanos del cambio en tu entorno de vino.
Nota: También si a tus amigos no les gusta el vino y ya lo han probado una y mil veces, lo más seguro es que nunca les agrade. También es bueno aceptar la realidad.