Haciendo una cata, revisando vinos de Argentina probamos algunos fuertes: tánicos, con madera, robustos.
Desde la copa podíamos ver que era un vino con un grado alcohólico alto (y sí, la botella decía 13.5%).
Revisamos. En aromas era fuerte, frutal, especiado. Todo lo que podemos esperar de un malbec con barrica de Argentina del 2011.
¿Qué pensamos?
En cortes, en carne. En que ese vino pedía proteína.
Cuando tenemos un vino que tiene gran potencia, en caso de tintos, podemos probar con platos cargados: irnos por los aromas y completar con una comida.
¿Cómo qué irnos por los aromas?
Imagina una copa de vino con aromas a ciruela, a frutos compotados; algo de hierva y especias al final, en el retrogusto.
La recomendación podría ser un lomo mechado con ciruelas, sellado a la pimienta y horneado caldo y vino. Acompañar con un puré.
Tal vez una boloñesa (ya sea lasaña o en otra presentación).
Imagina quesos maduros que puedan ser un buen compañero de esa botella.
Por la fuerza.
Si es un vino potente, ¿le vas a meter algo qué no esté a la par? Es como una lucha de Box: Pelean entre campeones y del mismo peso y medida. Lo mismo con el vino. Tomas un vino fuerte y una comida que le de potencia al vino y pueda dar buen lugar. No algo que opaque al vino (que sea mayor: más condimentado, de sabor más fuerte, más persistencia) o que el vino se lleve el platillo (que sea muy débil el sabor en comparación al vino, como un pescado blanco asado con un vino tinto de crianza).
Si no has probado el vino…
Las etiquetas suelen tener la información del enólogo: aromas y características del vino que te pueden dar una grata idea de acompañamientos.
También las características de cada cepa: Si es un cabernet sauvignon tendrá más potencia que un merlot, pero tal vez menos que un tannat.
Y sí, el pescado es proteína… pero ¿si nos dimos a entender?