La alimentación del oficinista mexicano se escinde en dos elecciones opuestas que coexisten pero no se rozan. De un lado, la comida callejera: tacos expuestos al asfalto. Del otro, la comida gourmet, que aúna la nutrición y la estética.
Los tradicionales puestos callejeros, de estructura metálica, pueden verse en cada esquina de la Ciudad de México, generalmente abarrotados por la muchedumbre desde temprana hora.
La comida luce al raso, cortada allí mismo sobre el mostrador y expuesta al monóxido de carbono expulsado por los tubos de escape.
Las servilletas penden como una ristra de un alambre enganchado al techo y los clientes devoran la comida servida en coloridos platos de plástico.
La oferta se compone esencialmente de tacos de carne de res traída la madrugada del mismo día y asada sobre la negrura del comal.
La coordinadora de la Clínica de Nutrición de la Universidad Iberoamericana, Alicia Parra, cuenta a Efe que los clientes habituales de los puestos de la calle, la mayoría oficinistas, “consumen más energía de la que necesitan, lo cual favorece a la obesidad”, en un país donde supone problema de salud pública, explica.
México declaró en 2016 alerta epidemiológica por sobrepeso y obesidad, con el objetivo de frenar el avance de este padecimiento que ya afecta al 72,5 % de los adultos, al 36,3 de los adolescentes y al 33,2 % de niños de cinco a 11 años, según cifras oficiales.
Vía EFE.