Este editorial es una disculpa abierta desde la entrada por si usted se siente ofendido. Se vuelve confusa la libertad de expresión cuando no puedes hablar por “el que dirán” y la manera en como la gente, tomando personal las palabras se ofende, defendiendo su punto de vista, que es desconocido de quien escribe.
Esta tarde tuve una apreciable visita y decidimos ir a La Vid Argentina en La Condesa, la atención es buena y la comida es decente; no tenemos problemas y aunque los meseros hablan pareciendo que esperan un “anticipado sí”, puedes remediarlo con un “¿me da 5 minutos?” o “¿me repite?”.
¿Por qué ir a estos lugares? Tantos bares, cantinas, restaurantes especializados que por un costo similar te permiten comer y beber bien.
Estos lugares son los que “venden vino”. Y sí, son los restaurantes que más mueven botellas: frutal, comercial, conocido, gustoso. El que el paladar poco conocido puede disfrutar y es por ello que es divertido, al menos para mi.
¿Por?
Cuando tomas vino con regularidad, puedes ver opciones donde comer y beber, como decimos, a mejor precio y mejor calidad: la Condesa, Roma, algunas partes de Zona Rosa y Polanco te permiten conocer lugares que por un precio estándar, y disfrutar buenos platillos (algunos casos “de autor”, como le llaman a ponerle un signo particular a la comida) y una copa o dos sin sufrir en el bolsillo.
Y cuando gustas de irte a lo seguro, (ejemplos como El Diez, La Vid Argentina, The Capital Grille, Italliani’s, 50 Friends, entre otros) encuentras vinos que son buenos, pero no son “el vino” que todo bebedor de vino, casi sommelier, algo mamón busca: los comerciales, los que siempre se vana mover –ojo, no decimos que sean malos, una cosa es que sean consumidos frecuentemente y otra muy diferente que no tengan buena calidad-,
Y sin embargo pasa ese momento gracioso donde están esas personas que “toman vino” y “saben de vino” y el mejor vino que recomiendan es “el dulcesito”, ese que “no sabe amargo”, el que “va con unas buenas carnes” pero no saben con que más combinarlo –porque en estos restaurantes de carne y vino es donde lo compran y no salen de ellos porque no sabrían otras opciones-.
¿Por qué divertido?
Ese momento de juzgar cuando piden ese “gran vino” con trombón y platillo para que todos sepan que van a pedir vino (y es más gracioso cuando van con una pareja y se les queda viendo como la persona “más refinada del mundo”): que le traigan el decantador. Que le acomoden la copa.
Y tú, viendo de lejos la escena –que para ti es un espectáculo digno de una puesta en escena-, piensas ¿Para qué decantar ese vino? Si no tiene ni 3 meses en barrica y mucho menos dos años en botella –por estimarlo-.
¿Cómo qué esa copa no es de vino? Si aquí no manejan copas de agua.
¿Cómo que la abra el sommelier? ¡Es de tapa rosca!
¿En verdad puede ver el color del vino… a través de sus manos?
Y sin querer, sale la primer risa, cuando ve el corcho, lo huele y dice “está muy bueno, se siente la barrica”… ¿Quéeeeee?
Cuando, tras decantar el vino, se queja de que “no pasó por todo el decantador, ¿cómo es posible que sea sommelier y no sepa servir el vino?”.
El comentario de “no necesita pasarlo por eso” sin saber que es el filtro que se usa para evitar sedimentos.
La pose al agarrar la copa del cuerpo, como en fotos o en películas.
Cuando ven la copa esperando las piernas y dicen “están bien, que buenas piernas” sin saber que significa (porque realmente no lo saben).
¿Para que “fingir” de vino? O tal vez es peor aún, no es “fingir” para ser admirados por las mesas que voltean a verlos: en verdad creen que está bien; y sin embargo aquí llega la pregunta a los sommeliers ¿Será bueno y necesario hacer las aclaraciones ante un comensal así?
Ante el hecho de que el cliente siempre tiene la razón y su manera de posar (de vivir) sea así ¿qué se puede hacer sino reír desde la mesa de a un lado?