Cuando vamos conociendo más de vino, como lo vamos a vivir.

Se me ocurrió un día iniciar en el mundo del vino. Así, sin más. Ni amigos que me apoyaran ni familia que lo tomara. Sólo me dio un día por probarlo y me encantó. E inicié la travesía de conocer.

Iba a la tienda y me compraba tres vinos: Uno muy barato, otro de mediano precio y a veces el tercero era de un precio más marcado (caro, por decirlo así).

Llegaba a mi casa y los probaba. A veces sólo blancos, a veces sólo tintos.

No estaba muy metido en ese mundo y sólo lo hacía como hobbie. Pero me sirvió.

Cuando lo que podía aprender por mi solo lo había pasado, decidí ir al siguiente nivel: meterme a páginas y grupos de vino.

Ahí tenía recomendaciones de todo tipo: qué tomar, como tomarlo, qué nos convenía, como se clasifica el vino. Poco a poco fui haciendo un álbum en mi celular con los recortes de lo que pensaba como lo más importante; dejé que me fueran guiando a lo que se iba a prendiendo. Me di cuenta que eran muchas las personas que como yo, estaban iniciando en el mundo del vino y era bueno conocer ello. Queríamos disfrutar de ese mundo.

Un día nos llegó la invitación; a todos los registrados en su página nos dijeron de su venta: tendrán vinos en descuento. Como buen emprendedor de vino (neófito, nos dicen) fui a ver que podía encontrar.

Vinos franceses de alta gama (como se le dice a aquellos finos de grandes casas), vinos más sencillos que servirían para una tarde viendo una película, para impresionar a una persona (ese suegro que queremos caerle bien), un espumoso para estar pendiente de momentos inesperados (los festejos a veces no avisan que van a llegar).

Había un universo de vinos: no creí que ese mundo tan grande lo pudiera tener a la mano de esa forma, entenderle así (cada una de las mesas tenía a alguien explicándome cada vino, cada opción, cada antojo).

La verdad es que jamás imaginé poder salir con una cava entera por el precio que pagué. Si, ya armé un buen rato esos vinos que necesitaba tener.