¡A probar un buen blanco!
Buscábamos algo diferente, iniciando en el mundo del vino y sintiendo que éramos más avanzados, queríamos saber más y se nos ocurrió apuntar en un mapa: salió España. De un mapa de España apuntamos el dedo y salió el Condado de Tea.
Investigando un poco más nos enteramos de qué era una de las provincias de la zona de Galicia, que se extiende por un conjunto de zonas de Galicia que tienen una serie de condiciones físicas comunes que identifican y originan las características de sus vinos.
Su consejo regulador consta de que las prácticas de cultivo serán las tradicionales en la zona delimitada anteriormente, y que en general tiendan a optimizar la calidad de las producciones. La densidad de plantación estará comprendida obligatoriamente entre 600 cepas por hectárea como mínimo y 4.500 como máximo.
También nos enteramos que hay divisiones de sus vinos. No sólo son con la denominación, sino tiene un cambio importante: cada uno va definido de cierta manera de acuerdo a su zona y elaboración. Casi como si fueran unas sub denominaciones dentro de la denominación.
Que la cepa que más se usa es la albariña, aunque en algunos casos, como en el O Rosal se permite loureira. Y si tienen barrica, de acuerdo a cada proceso deben permanecer en envases de madera de roble de un tamaño no superior a 600 litros, indicándose en todo caso el tiempo, en meses o años, que han permanecido en los citados envases.
Y después de tanta investigación nos fuimos a comprar uno: por suerte no fue difícil pedirlo y degustarlo menos. Lo complicado era esperar: lo enfriamos lo suficiente –a que estuviera a 10º-. Estaba delicioso, podíamos sentir sus aromas al apenas abrir la botella. Lo servimos y parecía una fuente de mieles y frutos tropicales. En paladar era exquisitamente suave.
Eso de aprender de vino sabía muy bien con una copa servida.